domingo, noviembre 30, 2008

Tarde de domingo inconclusa


A veces me sorprendo pensando en por qué no me apasionará a mí el fútbol... Como mi esposo, tendría, entre otras cosas, solucionadas las tardes de los domingos, con el previsible carrusel radiofónico o la quincenal peregrinación al estadio. Luego, por la noche, a empaparme de los goles de la jornada y a lamentarme otra vez de que los equipos no cumplen con la evidente lógica que me hubiera hecho ganar la quiniela. Mañana, rumiando aún el lamento de no haber acertado los quince, leería el Marca, y en la fábrica comentaría con quien me encontrara –una y otra vez, con unos y con otros -, las vicisitudes de mi equipo, o me burlaría de la derrota del eterno rival, y pontificaría acerca de quien juega mejor o peor en la liga y lo malos que son los árbitros. Todo buen aficionado al fútbol lleva no sólo un entrenador dentro, sino a un árbitro infalible que jamás yerra en sus decisiones certeras...

En lugar de eso, la tarde de los domingos se me convierte en una hoja en blanco sobre la que crear un retazo irrepetible de vida cada siete días. Huido del encorsetamiento horario del resto de la semana (trabajo, comidas, labores de la casa, niños...) el domingo (salvo por la venerable tradición de asistir a misa por la mañana) florece como un espacio de libertad efímera antes del regreso inevitable del lunes a la rutina cotidiana. Y quizás por eso, porque se escapa de la rutina, porque no tengo quien me diga qué tengo que hacer (ni mi jefe, ni mi marido, ni mis hijos... ¡ni siquiera El Corte Inglés! -bueno, salvo unos cuantos domingos al año-) es por lo que a veces me resulta tan difícil inventarme cómo vivir lo que por fin es vida y no el puro estado vegetativo por el que deambulo el resto de mi purgatorio... Y es que es tan breve este espacio de tiempo teñido de melancolía... Cuando empiezas a dar las primeras pinceladas vas viendo cómo te va quedando cada vez menos espacio de maniobra. La vida en las tardes de domingo es como una acuarela: sus pinceladas han de ser certeras, porque rápidamente se secan, y una vez concluidas no puedes volver atrás...


Son tan breves estas tardes y tengo tantas cosas por vivir. ¡Yo quisiera que todos los días fueran tardes de domingo, y tener no una hoja ni un lienzo, sino un mural inmaculado sobre el que pintar de colores tintados de armonía cada segundo de mi vida..!


...


Ya hace rato que ha caído la noche. Mi marido y los niños estarán al regresar. Creo que voy a empezar a preparar la cena, que tenemos que acostarnos temprano. Mañana hay que madrugar para empezar a cruzar el vacío que se cierne entre tarde y tarde de domingo.

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