lunes, diciembre 15, 2008

Paréntesis en el trabajo


El arquitecto estaba sobre su mesa diseñando una ventana de su último proyecto cuando recibió un sms. Un saludo del pasado lejano rompía la calma de su estudio. Quizás se llamaban un par de veces al año, y a veces la recordaba y se preguntaba qué estaría haciendo en ese momento... Siempre lo hacía con cariño, pero hoy, quizás porque hacía frío, quizás porque los hados así lo quisieron, el mensaje despertó la ternura en su corazón dormido. Y una sonrisa se instaló bajo sus ojos teñidos de ensoñación...


Y recordó cómo la conoció, hacía ya tantos años. Y las charlas que compartieron. Y aquéllos paseos nocturnos. Y sus pantalones a cuadros negros y verdes. Y su sonrisa socarrona. Y el tacto gentil y sedoso de su pelo. Y los labios que en secreto siempre deseó. Y las fotos que no hizo su cámara sino su corazón. Y el perfil de su alma, que atisbó a través de un poema. Y las miradas cómplices entre tanta gente. Y su perfume, que le recordaba al de un antiguo amor. Y la canción que siempre la traía a su mente si sonaba de cuando en cuando en la radio. Y sus manos entrelazadas al pasear por las calles de la ciudad. Y el rayo del sol jugando entre su cabello aquélla tarde de invierno en la plaza más turística de la ciudad...


Y rememoró el milagro de ver el amanecer atrapado, a la orilla del río, en sus ojos...


El arquitecto enterró el suspiro por lo que pudo haber sido y no fue. Se concentró en su trabajo, y siguió con la realidad cotidiana de su vida monótona y gris. Afuera, seguían cayendo los copos de nieve.

domingo, noviembre 30, 2008

Tarde de domingo inconclusa


A veces me sorprendo pensando en por qué no me apasionará a mí el fútbol... Como mi esposo, tendría, entre otras cosas, solucionadas las tardes de los domingos, con el previsible carrusel radiofónico o la quincenal peregrinación al estadio. Luego, por la noche, a empaparme de los goles de la jornada y a lamentarme otra vez de que los equipos no cumplen con la evidente lógica que me hubiera hecho ganar la quiniela. Mañana, rumiando aún el lamento de no haber acertado los quince, leería el Marca, y en la fábrica comentaría con quien me encontrara –una y otra vez, con unos y con otros -, las vicisitudes de mi equipo, o me burlaría de la derrota del eterno rival, y pontificaría acerca de quien juega mejor o peor en la liga y lo malos que son los árbitros. Todo buen aficionado al fútbol lleva no sólo un entrenador dentro, sino a un árbitro infalible que jamás yerra en sus decisiones certeras...

En lugar de eso, la tarde de los domingos se me convierte en una hoja en blanco sobre la que crear un retazo irrepetible de vida cada siete días. Huido del encorsetamiento horario del resto de la semana (trabajo, comidas, labores de la casa, niños...) el domingo (salvo por la venerable tradición de asistir a misa por la mañana) florece como un espacio de libertad efímera antes del regreso inevitable del lunes a la rutina cotidiana. Y quizás por eso, porque se escapa de la rutina, porque no tengo quien me diga qué tengo que hacer (ni mi jefe, ni mi marido, ni mis hijos... ¡ni siquiera El Corte Inglés! -bueno, salvo unos cuantos domingos al año-) es por lo que a veces me resulta tan difícil inventarme cómo vivir lo que por fin es vida y no el puro estado vegetativo por el que deambulo el resto de mi purgatorio... Y es que es tan breve este espacio de tiempo teñido de melancolía... Cuando empiezas a dar las primeras pinceladas vas viendo cómo te va quedando cada vez menos espacio de maniobra. La vida en las tardes de domingo es como una acuarela: sus pinceladas han de ser certeras, porque rápidamente se secan, y una vez concluidas no puedes volver atrás...


Son tan breves estas tardes y tengo tantas cosas por vivir. ¡Yo quisiera que todos los días fueran tardes de domingo, y tener no una hoja ni un lienzo, sino un mural inmaculado sobre el que pintar de colores tintados de armonía cada segundo de mi vida..!


...


Ya hace rato que ha caído la noche. Mi marido y los niños estarán al regresar. Creo que voy a empezar a preparar la cena, que tenemos que acostarnos temprano. Mañana hay que madrugar para empezar a cruzar el vacío que se cierne entre tarde y tarde de domingo.

martes, noviembre 25, 2008

Martes




El martes es, sin duda, el día más tonto de la semana. Carente de la épica trágica de los lunes, del vestigio creciente de esperanza de los miércoles y jueves, del alivio del viernes, y del jolgorio melancólico de sábados y domingos, el martes se queda como un día en tierra de nadie, destinado sólo a ser olvidado. No sería extraño que el refranero lo adoptara:

“Se te ha quedado cara de martes”
“Eres más tonto que un martes cualquiera”
“Me has cogido con el día en martes”
“Le entró la risa de martes”
“Con los celos se pone como si estuviera en un día martes”

Et caetera.

lunes, noviembre 24, 2008

Retorno


Hace tiempo que dejé de escribir. No porque ya no tuviera cosas que decir, pues en realidad, nunca tuve nada demasiado interesante que contar. Dejé, sencillamente, de tener quien me leyera...

Porque escribir era abrir el alma a quien pudiera ver más allá de las palabras, y cuando esos ojos tan amados a quien iban dirigidas dejaron de tener interés en leerme, perdió sentido escribir para quienes se quedaban sólo en el umbral de unas frases muertas...

Quizás vuelva a escribir. Esta vez para mí, aunque siempre conserve la esperanza de que lo que escribo cobre vida con el aliento de quien quiero que me lea...

Mientras tanto, la felicidad tiene infinitos colores teñidos de recuerdos gratos.

Gracias.